ºEn la descripción del problema, predominan los argumentos que hacen hincapié en las semejanzas con las crisis de los años 30. De allí el énfasis en no retardar la inyección de liquidez y en la urgencia de sanear las carteras bancarias, de manera de recuperar confianza para pasar a terapia intermedia, y rediseñar el sistema regulatorio.
El rastreo de los síntomas que derivaron en la crisis se remonta a las hipotecas subprime . Una financiera o un banco local ofrecían esas hipotecas a prestatarios deseosos de adquirir una vivienda o de cambiar la que tenían, aunque sus deseos no tuvieran reflejo en su flujo de fondos. Se adquirían y se vendían propiedades de la noche a la mañana. La fiebre compradora aumentaba el nivel de actividad de la construcción y se trasladaba a otros rubros del consumo.
La historia clínica estaría incompleta si no se relacionara la liquidez mundial de la década, el crédito fácil y la explosión de derivados financieros, con un consumo exacerbado irresponsablemente para prolongar un ciclo de "vacas gordas", al ignorar la influencia de las preferencias posmodernas.
El consumo es consustancial al desarrollo capitalista y forma parte de la cultura moderna. .
Pero detrás del consumo moderno siguen presentes premisas de utilitarismo que dan fundamento a decisiones racionales entre consumo presente o ahorro (consumo diferido).
Es verdad que las necesidades de consumo fueron evolucionando de una escasez real (alimentación, vestido vivienda) a una escasez fabricada por el marketing o por los medios (tal marca, tal barrio, tal destino). El consumo austero original devino en consumo de uso, intercambio e identidad, pero sin abandonar su condición accesoria a un proyecto de realización personal. No olvidemos que las preferencias modernas se nutren en el ideal de progreso: el futuro será mejor que el presente. El consumo moderno responde al modelo de cálculo racional de flujo de fondos distribuidos en el tiempo.
El consumo posmoderno, a diferencia del consumo moderno, es un consumo existencial. Es un consumo para "ser" que está asociado a la eternidad del instante de la cultura posmoderna. Tiene la naturaleza de los consumos adictivos. A semejanza del bulímico, el consumidor posmoderno no puede dejar de consumir, porque cada acto o percepción de consumo determina la necesidad de volver a consumir. En el consumidor adictivo, ya no juega la racionalidad consumo presente/consumo diferido, porque las preferencias que orientan su comportamiento se han modelado en la dictadura del presente característica de la posmodernidad.
Desde la racionalidad moderna, uno puede reaccionar con indignación a esta variante de consumo existencial (vivimos en un mundo con 1000 millones en pobreza extrema que no pueden satisfacer sus necesidades básicas de consumo y en el que la presión sobre los recursos comunes del planeta se hace insostenible) y culpar a la organización económica vigente por los excesos de ciertas sociedades. Es una verdad a medias. Enancado en las preferencias forjadas en los valores de la modernidad, el capitalismo ha producido un desarrollo inédito. Pero los mercados capitalistas traducen en oferta y demanda tecnología y preferencias que proyectan valores culturales. Son los valores de la posmodernidad los que se traducen en preferencias por el consumo existencial o adictivo. Y es la teoría económica que racionaliza la organización económica capitalista la que deberá ajustar la cartografía para navegar las nuevas aguas y evitar otros tsunamis.
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