No es un terremoto de grandes dimensiones. Pero sí pequeños movimientos sísmicos continuados en el tiempo que duran ya dos décadas. En concreto, desde que comenzó el siglo. Y no es otro que un aumento de la presión fiscal de los hogares —medida por los tipos impositivos medios— frente a la tributación de las empresas. Unos cuantos datos lo acreditan con precisión.
En el año 2000, el tipo medio impositivo que pagaban los hogares se situaba en el 10,9%, muy por debajo del 24,1% que gravaba los beneficios de las empresas. ¿Qué ha pasado desde entonces? Pues que en 2020, según los datos que acaba de publicar la Agencia Tributaria, el tipo medio que grava la renta bruta de los hogares se ha situado en el 12,9% (dos puntos más). En el caso de las empresas, y en relación con su base imponible, ha descendido en ese mismo periodo, sin embargo, hasta el 19,4%.
Eso quiere decir que en dos décadas se ha recortado casi a la mitad la distancia entre los impuestos que pagan los hogares por su renta bruta (constituida en un 84% por rentas del trabajo y el resto procedente del capital) y lo que soportan las empresas. Se ha pasado, en concreto, de 13,2 a 6,5 puntos el año pasado, lo que refleja el distinto tratamiento fiscal de ambos colectivos en dos décadas.
Soraia Simoes 4ºB
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